Por: Luis Javier Moxó Soto Fuente: Catholic.net
Entrevista a D. Wenceslao Vial, autor de Psicologia e vita cristiana. Cura della salute mentale e espirituale; en español: Madurez psicológica y espiritual, Palabra, Madrid 2016.
La fe no es una medicina, pero hay muchos motivos por los que resulta útil para la salud, precisamente por la unidad entre las dimensiones de la persona. Da luz a la inteligencia, para captar más fácilmente lo que es bueno y malo, lo que es virtud o vicio, el valor de la templanza.
Wenceslao Vial, sacerdote y médico, es profesor de Psicología y vida espiritual y de Psicología de la personalidad aplicada a la dirección espiritual en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma.
La fe no es una medicina, pero hay muchos motivos por los que resulta útil para la salud, precisamente por la unidad entre las dimensiones de la persona. Da luz a la inteligencia, para captar más fácilmente lo que es bueno y malo, lo que es virtud o vicio, el valor de la templanza.
Wenceslao Vial, sacerdote y médico, es profesor de Psicología y vida espiritual y de Psicología de la personalidad aplicada a la dirección espiritual en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma.
En
el departamento de publicaciones de la Facultad de Teología de la
Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma, ha publicado su libro “Psicologia e vita cristiana. Cura della salute mentale e spirituale”, dentro de la colección “Sussidi di Teologia”.
En el mismo el autor pone de relieve el valor de la vida cristiana para
la serenidad y el equilibrio, con sugerencias prácticas para entender,
tratar y prevenir problemas psicológicos, sabiendo distinguirlos de las
dificultades espirituales. Se aclara el significado de los síntomas y se
guía al lector hacia las opciones que parecen más apropiadas. La
personalidad madura se presenta como un reto atractivo, y el
inconsciente no se considera un espacio impenetrable.
Psicología
y vida cristiana presenta un enfoque práctico para experimentar la vida
como una aventura alegre y serena. El Espíritu llena e impulsa las
velas de nuestra alma libre. El cristiano nunca está solo en su misión.
«Quien nada posee, nada puede compartir; quien no está yendo a ninguna
parte, no puede tener compañeros de viaje» (C.S. Lewis).
¿Soy
responsable de mi forma de ser? ¿Se puede salir de la depresión? ¿Cómo
vencer la ansiedad? ¿Existen medios para superar la adicción a las
drogas o a internet? ¿Qué puede hacer la familia de una persona con
trastornos mentales? ¿Cuándo se necesita un médico, un psicólogo o un
sacerdote? ¿Es el sexo un invento anticuado, un juego o un tabú? El
libro ofrece respuestas a estas y otras cuestiones de innegable
actualidad.
Le hemos hecho la siguiente entrevista:
D. Wenceslao, ¿en qué sentido la falta de fe puede llevar a la patología?
La
falta de fe no lleva necesariamente a una patología médica. Sin
embargo, una vida de incoherencia entre los propios valores y la
conducta personal, o una negación a priori de cualquier significado de la propia existencia, sí podrían perturbar a la persona.
Quien
sólo cree en sí mismo, en lo que ven sus ojos y palpan sus manos, o se
mueve sólo por aquello que comprende totalmente, podría llegar a
enfermar, pues se encontraría incapacitado para tomar distancia con lo
inmediato y poder elevarse a realidades superiores. Podría llegar a
dudar –obsesivamente– de todo: la electricidad que no ve, la llegada del
hombre a la luna…
Hay quienes afirman que tienen fe pero que sólo responden a su propia conciencia…
La
persona humana está esencialmente llamada a la responsabilidad, es
decir, a la capacidad de dar respuesta. Y esto exige que haya alguien
fuera de nosotros que reciba esa respuesta. Una autonomía absoluta no es
compatible con la creencia en un ser superior, ni con las observaciones
de la razón. Quienes afirman demasiado la autonomía tienen, quizá,
miedo a ser responsables: a dar cuentas y responder de las propias
acciones ante otra persona o ante Dios.
No
es infrecuente que algunos excluyan de la fe lo que les resulta
incómodo: pueden creer en Dios, pero no en que les exija con cariño y
los guíe hacia el bien, la verdad, el amor, la virtud; aspectos que
requieren esfuerzo, cambiar de vida, dejar de buscar sólo placeres
inmediatos. Intuyen que hay una verdad superior por la que algunas cosas
son buenas y otras malas, pero no desean reconocerlo para no tener que
responder con decisión.
Bien
dijo un santo del siglo segundo que Dios es visto por quienes son
capaces de mirarle, si tienen abiertos los ojos del alma. El alma de
todos tiene ojos. Pero hay quienes los tienen oscurecidos o los cierran
voluntariamente y no ven la luz del sol.
¿En qué manera una patología puede llevar a una falta de fe?
La
salud es el bienestar físico, psíquico y social. Si agregamos la
dimensión espiritual, tenemos delante la admirable unidad del ser
humano. Una grieta en cualquiera de estas dimensiones puede comprometer
al entero edificio, donde habrá fallas más o menos profundas. Una
alteración física o psíquica puede afectar la dimensión espiritual que
sostiene la fe.
La
enfermedad en sí no lleva a la falta de fe. Algunas, sin embargo,
pueden dificultar el ejercicio de la inteligencia y la voluntad; y, en
el deterioro mental grave pueden quedar impedidas las manifestaciones
externas del espíritu. No sería propiamente una pérdida de fe, sino un
proceso de degeneración corpórea.
El
sufrimiento es además siempre un desafío para la fe. Cabe rechazarlo
sin esperanza o verlo, con la gracia, como un camino de crecimiento: nos
hace conscientes de nuestra naturaleza limitada y finita que clama por
un sentido.
¿Cuáles son las señales de alarma?
En
el libro intento describir diversas señales de alarma, para
reconocerlas y afrontarlas. La ansiedad, las obsesiones, el desánimo
mantenido en el tiempo, la impulsividad y las reacciones
desproporcionadas son algunas de ellas. Muchas veces, cuando oímos la
alarma de un coche o de una casa, no acudimos a ver qué ocurre, sino que
pensamos: “ya está el pesado de siempre”. No debe pasar esto al
advertir en nosotros o en los demás una señal de sufrimiento. Hay que
buscar qué ha detonado la alarma: un problema físico, psicológico o
espiritual…
Si
estas alarmas o síntomas psico-físicos no se detienen, dejan de ser
útiles y paralizan hasta la vida espiritual, con el agotamiento físico y
emotivo. Se ha acuñado el término burnout (estar quemado), para definir
un estado del humor bajo, asociado al estrés de algunas profesiones de
servicio (enfermeras, amas de casa, médicos, educadores, policías,
sacerdotes…), en que la persona se siente poco correspondida y se
desgasta. Influye el modo de ser previo, que dificulta realizar las
tareas con orden y medida. Muchas veces esas personas son
perfeccionistas e inseguras, demasiado auto-exigentes, con escasa
tolerancia a la frustración o sin capacidad de gestionar humildemente el
éxito, que tienden a abarcar más de lo prudente.
¿Vivir la fe correctamente previene contra la patología?
Los
estudios científicos demuestran que la fe previene algunas enfermedades
y mejora el pronóstico de otras. La fe no es una medicina, pero hay
muchos motivos por los que resulta útil para la salud, precisamente por
la unidad entre las dimensiones de la persona. Da luz a la inteligencia,
para captar más fácilmente lo que es bueno y malo, lo que es virtud o
vicio, el valor de la templanza: beber alcohol con moderación, usar de
la sexualidad sólo cuando hay amor, en el matrimonio y con el propio
cónyuge, etc. La Biblia recoge muchas orientaciones milenarias como la
siguiente: “no mires qué rojo está el vino cuando refulge en la copa;
entra suavemente, pero, al final, muerde como serpiente, pica como
víbora” (Pr 23, 31-32).
Cuantas
cosas representan hoy a ese “vino”: la adicción a la droga, a la
pornografía, a internet, o el aumento de familias destruidas. Si
estuviéramos más atentos a las alarmas también espirituales, a las
primeras chispas, que la fe ayuda a descubrir, no cundiría el incendio.
Es decir, la fe favorece la estabilidad…
La
fe posee una eficacia preventiva grande por su misma definición:
“Fundamento de las cosas que se esperan, prueba de las que no se ven”
(Hb 11, 1). Sobre la identidad de criaturas queridas por Dios se
fundamenta la gran esperanza de vivir para siempre con Él: llegar al
cielo. Por la fe esperamos lo que no vemos y confiamos alcanzar una meta
que despierta las ganas de vivir con entusiasmo, pasión y esfuerzo
personal. La existencia cristiana no es una inmóvil búsqueda de
estabilidad, sino una serena tensión hacia el bien.
¿La fe ayuda a un desarrollo pleno de la personalidad?
La
fe en Dios aporta, como decía, una base sólida para crecer y refuerza
la identidad: sabernos queridos como criaturas, admirables como hombres o
mujeres. El cristianismo añade la convicción de que todos somos hijos
de Dios, que llena de orgullo. Pero creer no es suficiente. Hace falta
una fe vivida, con esperanza y caridad. Sólo quien sale de sí mismo, se
da a los demás y les responde a ellos, responde también a Dios.
El
proceso de madurez puramente humano lleva a salir de uno mismo. El bebé
a los pocos meses ya no se preocupa sólo de su dedo, reconoce el rostro
de la madre, sonríe. Poco a poco descubre que no es el único “rey” en
el mundo. Deja de reclamar todo y de decir “mío, mío”… El chico de 13
años ya no exige que sus padres le compren una bicicleta, pero espera… y
tal vez se porta mejor antes de su cumpleaños, para recibirla… Se abre
paso la esperanza y el buen humor.
Las
convicciones sobrenaturales empapan esta realidad y dan un nuevo
impulso a la capacidad de tomar distancia de los sucesos, afrontarlos
con menos drama, sobreponiéndose a las contrariedades y recomenzar.
Probé hace poco el Kaysershmarren: unos trozos de masa poco formada con
una compota de fruta. Cuentan que el cocinero del emperador Francisco
José quería preparar un bollo elegante y majestuoso, pero algo salió
mal. Sin desesperarse, echó mano a su inventiva y sirvió aquella masa de
no muy buen aspecto. El postre recibió grandes alabanzas.
Quien
vive cara a Dios da menos importancia al qué dirán, si hace algo mal
admite la culpa y pide perdón. Reemplaza la vergüenza por el
arrepentimiento y recomienza. Dispone también para ello del sacramento
de la misericordia o confesión. Es capaz de tomar decisiones definitivas
en su vida, como el matrimonio o una vocación religiosa, y protegerlas
aún en momentos de tormenta. Sabe que hay alguien a quien se puede
dirigir, alguien que le quiere, a quien responder.
¿Se puede tener un desarrollo pleno de la personalidad sin fe?
Un
amigo médico me decía: “Qué suerte tienes de creer en Dios”. Él no ha
recibido aún la fe, pero es fiel a su mujer y juntos sacan adelante la
familia y los hijos, procura hacer bien su trabajo y se preocupa por sus
pacientes. Está en camino de madurez, porque actúa con responsabilidad.
Digo en camino, porque el desarrollo de la personalidad es un proceso
que dura toda la vida. Sólo al final podremos decir si hemos llegado a
la plenitud o no.
Las
características de una personalidad madura se pueden encontrar en
cualquier persona, y no son distintas de la madurez cristiana. Desde la
antigüedad griega el desarrollo se basa en un buen conocimiento de uno
mismo. El cristiano “corre” sin embargo con ventaja, tiene un modelo:
Cristo, que lo favorece. No se queda sólo en la imagen que le ofrece un
espejo, sino que mira a una persona e intenta parecerse a ella. En
Cristo encuentra las claves para descifrar los dilemas de su existencia,
que incluyen el sufrimiento.
Sin
fe en un futuro eterno, es más fácil dejarse llevar por los bienes
aparentes, por chispas de placer, caer en la desesperación.
¿Es posible vivir la fe de forma patológica?
Hay
varias formas anómalas de vivir la fe. La primera y evidente es imponer
el propio credo con violencia. La segunda, más extendida y sibilina, es
ver a Dios como si fuera un spray, en expresión del Papa Francisco: es
decir, como un ambientador que ayuda en determinados momentos, tal vez
en bodas y funerales, pero está ausente de las actividades cotidianas,
de la honradez laboral, de la diversión, de la ayuda a los más
necesitados. Aquí inicia el descamino de las dobles vidas, de los
pequeños egoísmos que terminan en grandes; y es el contexto de otro
extremo peligroso: quienes piensan que su fe, su religión, es tan íntima
y personal, que nunca hablan a nadie de ella.
Una
tercera forma patológica de vivir la fe, más unida a aspectos
psicológicos, se da en personas con alteraciones importantes en su modo
de ser. No me refiero a “normales defectos”, que todos tenemos, sino a
patologías que se forman a lo largo de los años. Entre estos, es
frecuente el perfeccionismo de quienes creen y quieren hacer las cosas
bien, pero demasiado bien. Para ellos hay sólo un modo de cortar el
césped, un solo modo de hacer un postre y servir los platos, un solo
modo de rezar. Existe el remedio, si se quiere poner, aunque cueste y no
sea de efecto inmediato.
Otra
anomalía también frecuente es la de quienes transforman la fe en
superstición. Buscan dioses a su medida, toros, muñecos, brujos…, a
veces para no tener que dar respuesta a un Dios personal.
Muchas
gracias, D. Wenceslao por sus respuestas tan útiles para nuestra buena
salud cristiana. Por último quiero preguntarle: ¿cómo resumiría la
actitud adecuada de la vida espiritual?
La
vida espiritual sana lleva a salir de uno mismo. Quien toma distancia
de lo que ocurre en sí mismo y a su alrededor, quien se sube al balcón
de su vida para ver con perspectiva, es más feliz y eficaz. Los sucesos
adquieren su real importancia, las soluciones son más fáciles, hay más
serenidad. En todos vibra la necesidad de encontrar el sentido, hay un
deseo de trascendencia y ganas de volar, de llegar alto.
Muchas
veces he visto personas sedientas de fe, de esperanza, que buscan la
trascendencia, ansían ver desde lo alto con más luz para comprender los
dilemas de su vida, como reflejan estos versos de Neruda:
El mundo es una esfera de cristal,
el hombre anda perdido si no vuela
no puede comprender la transparencia.
Por eso yo profeso
la claridad que nunca se detuvo
y aprendí de las aves
la sedienta esperanza,
la certidumbre y la verdad del vuelo.
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