Wenceslao Vial
Viena impresiona a cualquiera que se dedique
a la psicología. En esta ciudad se ha recuperado el sentido de una dimensión olvidada
y han surgido grandes maestros de la ciencia psicológica. Estamos en un buen
momento para seguir avanzando en la comprensión del ser humano en relación al
universo, que se presenta como un libro abierto. Plantas, animales, montañas, danubios
caudalosos, la inmensidad del océano y brillantes estrellas llenan sus páginas.
El mayor motivo de asombro, sin embargo, es la mujer y el hombre libres,
capaces de amar y de darse: no sólo compuestos de materia, sino también de espíritu.
En un noble edificio de una calle céntrica se
encuentra la casa y consulta de Sigmund Freud. Afuera, un poste metálico
soporta un cartel rojo con grandes letras blancas en las que se lee
simplemente: Freud. Al visitarla, llama mi atención una mujer de media edad que
se abraza al palo del letrero, para quedar inmortalizada en una foto, mientra
exclama: my husband! El suceso transporta a las primeras décadas del
siglo pasado y hace revivir a la multitud de señoritas, señores y señoras de la
alta sociedad que un tiempo llenaban la consulta del fundador del psicoanálisis.
¡Cuántas cosas dirían en el gastado diván y cómo serían interpretadas!